“Diseminada como moléculas que se articulan en “máquinas de guerra”, la acción desnuda de Marta Vargas Peña nos arroja al lugar de las preguntas sin respuesta. Una misma linea surca los diferentes cuadros, momentos. “
«Excedidos los márgenes de contención, en este tumulto de oscuridad y desasosiego, vemos apenas la punta del iceberg, el porcentaje mínimo de una quimérica totalidad, tan imaginada como esquiva.»
«Manchas y pinceladas son la huella de una traza monumental y prolongada, antigua, muy antigua. Una traza que se autosostiene, que se alimenta a sí misma de su propio movimiento, de su propio deseo de consumarse y consumirse en su propio fuego.»
«Una traza reiterada, que asume la carnadura del color y, otras, como ésta, estalla apresurada en la gravedad del negro, del vacio, del silencio.»
Empecé a pintar cuando llegué a Paraguay y me inscribí en un curso con Livio Abramo, el me dejaba ser completamente libre. Si bien pinté desde niña, con el encontré mi técnica, que era un expresionismo abstracto.
Ahí descubrí un mundo donde yo hice lo que quería, donde tenía total libertad, allí encontré mi lenguaje y el negro siempre fue mi constante. Siempre usé un estricto negro y también colores pero con mucha fuerza.
Dejé la pintura durante casi 20 años, me encerré en mi monasterio, en el campo y ahora volví. Lo bueno de pintar es que uno puede ser completamente libre y siempre, siempre vuelve a pintar.
Cuando comienzo a pintar, empiezo con una gran mancha del color ya sea de color o negro y siempre tengo la sensación de que el color es como se que arroja solo, el color tiene su propia vida.
Creo que el que pinta tiene que exponer, tiene que mostrar lo que hace, como el poeta muestra lo que escribe, sino no tiene sentido.