PREMIO ASGAPA 2025

Acta del Jurado

El día 12 de julio de 2025, y después de haber realizado de manera independiente la lectura y evaluación de los textos postulantes al premio, el jurado compuesto por Fredi Casco, por AICA Capítulo Paraguay, Eduardo Barreto, por el Instituto Superior de Arte “Dra. Olga Blinder”, FADA – UNA y Verónica Torres, por ASGAPA, luego de discutir posturas y pareceres llegó al siguiente fallo:

Se decide otorgar el Primer Premio al texto titulado Cartas a un cerdo galáctico de Camila Ocampos.

El texto propone una lectura articulada entre la ciencia ficción, el pensamiento posthumanista, la teoría feminista y las tensiones contemporáneas sobre la identidad y la memoria.

Desde el inicio, la autora plantea un diálogo con referencias muy diversas, pero no se limita a citarlas. El texto construye su argumentación de manera progresiva con ejemplos precisos en relación con las obras. Uno de los aspectos más notables es la voz personal, con un tono a la vez inquisitivo, poético y crítico.

Por la solidez de su aparato conceptual, la solidez de su argumentación y el trabajo desde una voz propia, Cartas a un cerdo galáctico se hace merecedor del Primer Premio.

mandelik - red

Esa es una pregunta muy terrícola la que hace, Sr. Pilgrim. ¿Por qué usted? En ese caso, ¿por qué nosotros? ¿Por qué cualquier cosa? Pues este momento simplemente es. ¿Alguna vez vió insectos atrapados en el ámbar?

Si

Bien, aquí estamos, Sr. Pilgrim, estamos atrapados en el ámbar de este momento. No hay por qué.

Un Tralfamadorian a Billy Pilgrim

(Matadero cinco, p. 77)

…y un salto cuántico se aproxima…

Interrumpe una youtuber tarotista al articular el colectivo de energías astrológicas y palabras del universo. Aquella voz desafía el presagio del Tralfamadorian: habrá un salto, un traspase, dejaremos el encierro atrás. Y, sin embargo, el intento de sostener lo lógico en tan absurda escena, pregunta si será el salto el momento que es. ¿O es el anticipo solo una suspensión del momento ahora? ¿Será que tanto se ha vaticinado la llegada del final con una lluvia meteórica o tras la visita extraterrenales que el desenlace en el ámbar será nuestra larga espera?

Quizás hagamos el salto, algunos serán huevos, otros gallinas, nunca sabremos cuál inicia la travesía, o quizás un cerdo estelar. Al final, ese momento solo hará de nosotros animales encerrados.

Qué tragedia.

 

 

La muestra de Laura Mandelik, Meteora, en Galería Exaedro, invita a indagar en la multiplicidad del tiempo, de la relación inicio-fin, de un posthumanismo nostálgico y una narrativa de ciencia ficción. Y a pesar de la frontalidad con la cual estos asuntos son presentados, pensar en ellos desde su provocación, es lo que este escrito intentará presentar fusionando impresiones de una espectadora curiosa, de un pensamiento mágico milenializado y articulaciones de un colectivo. Así, Meteora, concebida por la artista como un aglomerado de soportes y distintos tiempos, ya presenta un relato coral de lo no-humano, y, aun así, en su contraposición espacial, provoca cuestionar si aún queda lo terrenal en nosotros.

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¿Cuál será el inicio? me pregunto al introducirme a la -nave- Meteora

Fotografía: Miguel Flecha

Parte de todo relato es congeniar con el pacto ficcional que la sucesión de eventos presenta, sobre todo, desde una perspectiva tradicional del relato que supone un inicio, despliegue y final. Ocurre, sin embargo, que nuestro relato no se presenta con tanta linealidad; al contrario, múltiples líneas narrativas ocurren al mismo tiempo. Estos relatos, dentro de la nave-Meteora, citan el género de la ciencia ficción, caracterizando la relación tiempo-espacio bajo un tono físico-cuántico, que intenta ser asimilada desde una determinación convocada por el pensamiento humano, el cual toma un rol tácito en la nave-relato, pues es la humanidad la cual solicita ese parámetro, no lo extraterrestre. Ese carácter físico, a lo largo de su trayectoria ha encontrado tensiones con otros relatos sobre el origen, aquel mítico-religioso que, además de constituir una voz narradora omnipresente masculina, también asegura una denotación única. Preguntarse por el tiempo, al momento que pululan ante mí los eventos secuenciales, hoy frenéticos y tajantes, solo indican que orientarlo al origen es irrelevante; en cambio, llevan a considerar que el tiempo actual no deja mirar atrás, y aun así Mandelik ofrece múltiples elementos que sirven de umbral a otros relatos, que pueden mirar tanto atrás como hacia un futuro. Quizás lo físico, mítico o cultural no debe ser catalogado como único pensamiento, sino integrado. Así, cada imagen estática o en movimiento, comenta sobre el paso del tiempo. ¿Será que esa secuencia de huevos inestables seré yo en décadas por seguir, desequilibrada, perpetuada, estancada?

 

Vuelvo a situarme en la piedra espacial, esa pieza central de inquietante procedencia, y más que identificarla como el punto de partida, en ella encuentro que habitan recuerdos contagiados de cotidianeidad de un hogar que la refugió hasta el momento de ser foco de curiosidades. La caja transparente, aunque conlleva una distancia con el tacto humano, refleja los propios límites de la existencia humana, de lo mundano. Solo hasta aquí se puede pasar. La piedra, sea en su origen o actual condición, evoca las palabras de Karen Barad (2023), pues:

no es decir que el emerger ocurra de una vez por todas, como un acontecimiento o como un proceso que tiene lugar de acuerdo con alguna medida externa del espacio y del tiempo, sino más bien que el tiempo y el espacio, como la materia y el significado, vienen a la existencia, se reconfiguran iterativamente a través de cada intra-acción, haciendo así imposible diferenciar en ningún sentido absoluto entre creación y renovación, comienzo y regreso, continuidad y discontinuidad, aquí y allí, pasado y futuro. (p. 1)

La piedra, al igual que nosotros, no puede ignorar su gestación celestial, tampoco su condena humana, porque implicaría un emerger exacto. Barad continúa diciendo que toda existencia es un enredo, y estamos entrelazados unos con otros, nada es autónomo. Aunque su postura científico-física expone esto como una red de soporte que sostiene la vida y su continuación, terrenal o espacial, conceptualmente también aplica la idea de entrelazar(nos). Derrida (1976) lo indica claramente en función al signo, pues “todo concepto se inscribe en una cadena o en un sistema dentro del cual se refiere al otro, a otros conceptos, mediante el juego sistemático de las diferencias” (p. 13). Así, la existencia no es un asunto individual, física ni abstracta, pues el inicio es la continuación del objeto en sí mismo y en su existir ya proclama su pasado y su devenir porque aún sigue vigente.

Esa vigencia, en nosotros, parece angustiar, ya no por la urgencia de encontrar nuestro origen, sea científico o religioso, sino una que asegure el futuro, sobre todo, preservando un presente idílico. Así, la pantalla digital se vuelve conserva de un rostro juvenil; o, en la búsqueda de esclarecer el futuro, se vuelven vitrinas del futuro, con lecturas esotéricas que sostienen relatos al convocar astros celestes como causales o custodios de todo. Esa Tierra inhóspita que nos presenta Mandelik podría ser un astro celeste, o un tiempo alterno de la misma Tierra al cual accedemos desde umbrales también alternos, como lo son las obras en su variedad. Es cierto que la conclusión cínica se estanca en la materia explícita, al ver la pieza -es una piedra- y el reflejo de quien lo mira, un animal; pero en la constante necesidad de renovarnos, de re-integrarnos, y anticiparnos, ocurre un intercambio de identidades y concepciones que transmuta gracias a esa multiplicidad de obras, que denota otros relatos.

Con el inicio dando lugar a la multiplicidad, el recorrido aleatorio no parece cobrar con malas interpretaciones; pues de cada elemento suscita una co-creación y renovación, invitan a auto-relatarme en cada proyección; pero el viaje se ve interrumpido, porque, así como cada umbral supone un relato, supone desprenderse para dar lugar a otro. Toca algo no-humano, pero sonoro y visual. Qué difícil adentrarse a una caja sonora lumínica, que estimula una parte cruda de mi humanidad, pero no puedo, pues es una caja, y no quepo. ¿Podría ser que Mandelik en la presentación de esas piezas audiovisuales deja constancia que una pantalla siempre separará realidades, sean virtuales o físicas? ¿Aspiro, al igual que esas obras-vestigios, quedar encapsulada para ser observada, aún en la asepsia de cajas y marcos de pantallas digitales?

Atravesé infiernos para llegar a la canchita donde me acobija un cielo negro

final

La densidad del negro espacial enmarcada en las fotografías de Mandelik, resaltan la ausencia de la figura humana, y a pesar de la restricción visual que los marcos suponen, es imposible no sentir inmensidad y angustia por lo insignificante de nuestra pequeñez humana; concepción que se perpetúa gracias al relato del fin del mundo con la entrada del nuevo milenio. Crecimos con la idea de nuestro exterminio. Miramos al cielo esperando que llegue el fin del mundo, que lluevan meteoritos, que lleguen desde el cielo, y aunque miremos abajo, a pantallas esperando otras respuestas, nada llega, solo se dilata la espera.

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Fotografía: Miguel Flecha

Mandelik, materializa tensiones, lo inhóspito y lo habitado, entre lo sublime de la preservación y aquello que resiste, esto, desde el uso de obras audiovisuales, que al proyectar lo mundano del día a día con rutinas que ascienden y descienden a través de escaleras mecánicas que no arriban a destino, consagra la dilatación en nuestra existencia. Al pactar con las luces móviles, vibrantes al sonidos, el recuerdo que suscita en mí son las líneas que alguna vez atravesaron mi ventana, y deriva en una mueca cómplice entre lo análogo y digital, entre la experiencia del afuera y la encapsulada, aprisionada. Un estímulo humano, otro, androide. Es un museo -más asertivamente- un mausoleo de lo humano, donde los vestigios están dispuestos para ser observados, y aunque lo humano es plasmado para recordar, no me encuentro allí. Aún.

 Resulta irónico interpelar lo espacial con la idea de contención, de suspender la existencia en tiempo-espacio en el afán de preservarlo, pero Mandelik contiene momentos que aluden a la fuerza de la naturaleza con rayos y paisajes, incluso esas extremidades doradas que salen de los huevos, acotan a la fuerza orgánica. Pero, todos encapsulados. Provoca pensar en el auge de la preservación, donde lo posthumanista esclarece la relación humano-máquina con tal de conservarse, hoy, esa máquina se encuentra en líquidos inyectados, protuberancias suturadas e hilos tensionados. Nos intentamos preservar en una cápsula destinada a perecer. Nuestro cuerpo no puede exhumar su humanidad, y esa es nuestra ironía, la cual atraviesa el relato de Meteora, porque en ella tampoco hay lugar para el cuerpo-contenedor, solo hay contención para el gesto, para el espacio alguna vez habitado, para la sensación alguna vez provocada.

En esta gran narración coral que desdibuja a un solo narrador dominante para abrir caminos varios -otra vez, un rizoma- me encuentro con la propuesta de Ursula K. Le Guin (2023) al indagar en un presupuesto que sitúa como mayor invento humano, no al arma punzante y asesina, sino al contenedor que sostiene comida, que cobija al infante, que traslada y mantiene. Un vientre, una semilla, un cuenco. Le Guin, en su teoría, así como la imagen que más anhela ser conservada, sufren el mismo destino, ser catalogadas a un campo no humano. Le Guin como la nave-Meteora, contempla otra realidad, otra estructura humana, más pululante, o quizás cóncava, que se aleja de la noción punzante del hueso hecho arma en tiempos prehistóricos, que instaura un relato de la invención hacia la civilización:

[…] la poseían, les gustaba; eran humanos, completamente humanos, aporreando, golpeando, apuñalando, matando. Como yo también quería ser humana, busqué evidencias de que lo era. Pero si lo que suponía era eso, hacer un arma y matar con ella, entonces evidentemente yo era o bien un ser humano extremadamente defectuoso, o bien no humana en absoluto. Así es, dijeron. Lo que eres es una mujer. (p. 14)

Quizás la cancha deba estar desolada, pues solo queda un espacio que alguna vez fue lugar, fue habitado; y así como mi relato -nuestro relato- no pertenece al humano dominante, solo queda nuestra carcasa, la cual, peor aún, no puede hacerse monumento porque está condenada a retornar al vientre y ser, trasladada al “origen”, a la tierra. Las imágenes, las esculturas y videos de Mandelik, en su relato entrelazado, no sugieren jerarquías ni preponderancias; su relato se acerca más al contenedor que al arma punzante. Su museo para ojos galácticos, deja constancia de aquellos humanos destinados a no ser enmarcados, pues solo hay lugar para sus vacíos. Y si hay un cuerpo visible, es solo el suyo, de Él.

Asciendo, y ahora me emancipo

 

Veo el agua fluir en uno de las proyecciones, cómo lo hicieron, me pregunto. Veo el brillo de un simple huevo, cómo baila tan estático, vuelvo a cuestionar. Recorriendo la muestra, aquella nave que intenta llevarnos a un espacio-relato otro, solo deja lugar para un relato más, para un objeto más a preservar, y ese animal vivo al cual tanto se lo cita, soy yo. Un ser condicionado a ser ajeno. Y Le Guin lo vuelve a articular, al entender que la ciencia ficción como relato, más que suponer escenarios apocalípticos y lejanos, presenta esa realidad extraña en la cual nos suspendemos: en una caja llamada Tierra, boba.

Fotografía: Miguel Flecha

Fotografía: Miguel Flecha

Fotografía: Miguel Flecha

Referencias

Barad, K. (2007). Meeting the Universe Halfway: Quantum Physics and the Entanglement of Matter and Meaning. Durham and London: Duke University Press.

Derrida, J. (1976). Of grammatology (G. C. Spivak, Trans.). Johns Hopkins University Press.

Le Guin, U. K. (2022). La teoría de la bolsa de la ficción. Rara Avis.

Vonnegut, K. (1969). Slaughterhouse-five, or, The children’s crusade: a duty-dance with death. Delacorte Press.

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